En el pasado existía el miedo a ser enterrado vivo. Ese temor recorría toda Europa, y estuvo vigente en los siglo xviii y xix. Y es que en ese tiempo la medicina no era una ciencia exacta, ocurriendo así las confusiones de diagnóstico.
Por otra parte, se solía escribir sobre personas que habían sido enterradas cuando en realidad seguían vivas. Esas historias contadas en los periódicos de la época, eran comunes. Pues los doctores no eran capaces de distinguir entre la muerte, coma o un trance.
El temor de ser enterrado vivo.
El temor estaba tan presente, que el escritor Edgar Allan Poe, escribió un cuento llamado, El entierro prematuro. Y es que a finales del siglo xix, estudios estadísticos daban como resultado que los entierros prematuros podían ser hasta el 2%. Lo que justifica perfectamente el miedo que dominaba a muchas personas en esa época.
El temor no respetaba estratos sociales o intelectuales, el escritor Hans Christian Anderson, estaba entre las filas de los temerosos. Por otra parte, Karnice-Karnicki, médico belga, motivado por su miedo, invento un ataúd con campanas para en caso de estar vivo la persona enterrada pudiera dar aviso a los transeúntes. Este ataúd tuvo gran éxito, además tenia un costo bajo.
Distintas prácticas para evitar el entierro prematuro.
El ataúd con campana, obtuve el reconocimiento de la Sociedad Francesa de Higiene y la Asociación de Londres para la Prevención de Entierro Prematuro. Para su mala fortuna, tuvo un declive en su popularidad y confianza, cuando no pudo activarse en una demostración. Al mismo tiempo, los médicos dieron a conocer su preocupación sobre los cuerpos en descomposición que en ocasiones activaban las campanas. Sin embargo, se hizo un intento de distribuir el ataúd en Estados Unidos, pero no funcionó.
Otra de las técnicas que se usaron para evitar ser enterrado vivo, fue poner en práctica la teoría del médico francés, Jacques Benigne Winslow. Este señalaba que un cuerpo puede presumirse muerto una vez que presente signos de putrefacción. Por lo que se hizo común vigilar al muerto por un par de días para asegurar su muerte. Por otro lado, en algunas ocasiones se enterraba a las personas con palas o palos para que pudieran salir.
Gran número de personas enterradas vivas.
Las historias de mujeres, niños, hombres y ancianos de los que se sospechaba eran enterrados vivos son numerosas. Las epidemias, tanto de viruela, como de cólera, provocaron un aumento en los entierros prematuros. Por otra parte, una historia común durante la peste negra, fue que numerosos personas dadas por muertas, luego de ser enterradas, se les escuchaba gritar, llorar o pedir ayuda estando ya junto con los demás cadáveres. Pero nadie se atrevía a desenterrarlos.
Hoy día el temor de ser enterrado prematuramente a causa de un mal diagnóstico ha desaparecido. Aunque, es seguro que aún queden un par de personas con este miedo. Ahora, ese temor fue cambiado por el de despertar en la mesa de la autopsia. Los miedos a la muerte también evolucionan.
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